Blanca Salvatierra me cita en su artículo en Público titulado “Ciberguerra contra la SGAE y Cultura“, en el que intento dejar clara la diferencia entre un ataque de denegación de servicio lanzado por una mafia, utilizando botnets y con el fin de extorsionar a una empresa, y una protesta masiva en la que miles de ciudadanos expresan una queja pacífica exactamente igual que como lo harían en la calle con pancartas o con una sentada.
Que no nos hablen de ciberdelincuentes (el DDoS no es delito en la legislación española, y cuando lo sea, se referirá a algo completamente distinto a lo que estamos viviendo estos días), que no acusen a nadie de comportamiento antidemocrático, y que no se hagan las víctimas por algo sobre lo que solo ellos tienen responsabilidad.
Aquí no hay “malvados hackers” (de hecho, los hackers nunca fueron “malvados”), sino ciudadanos normales y corrientes reivindicando de manera pacífica y masiva sus derechos en la red, de una forma completamente razonable.
Coincido plenamente con la interpretación de Juan Santana, CEO de Panda Security, cuya empresa se ha convertido además en el mejor observatorio para comprobar la incidencia de las ciberprotestas:
“En este tipo de acciones (a diferencia de aquellas iniciadas por ciberdelincuentes), no se busca ningún beneficio más que la de reivindicar unos derechos que consideran lícitos y dar a conocer una posición o protestar por lo que se considera injusto. En este sentido, es importante distinguir entre unos ataques y otros.”
Algunos no reconocen una revolución ni cuando la tienen debajo de la nariz. No, los ciberataques que mantienen ahora mismo caídas las páginas de la SGAE, del Ministerio de Cultura y de Promusicae nada tienen que ver con una chiquillería, con ciberdelincuentes ni con convertir a nadie en víctima.
Esa interpretación es un craso error. Los ataques representan una legítima forma de protesta: cuando una serie de lobbies acosan a los ciudadanos, pretenden criminalizar masivamente a toda una sociedad, presionan para cambiar las leyes con el fin de enriquecerse con modelos de negocio imposibles en la era digital o imponen cánones como pseudoimpuestos arbitrarios que los ciudadanos tienen que pagar sí o sí, los ciudadanos, tras infinitas agresiones, se organizan y protestan. Ante un Ministerio de Cultura que es en realidad un “Ministerio de la Industria Cultural” y que actúa como títere en manos de estos lobbies, metiendo disposiciones finales al dictado en el medio de leyes en tramitación y participando en declaraciones grandilocuentes en las que tildan al ciudadano de delincuente, no se puede reaccionar poniendo la otra mejilla. Entre otras cosas porque iríamos ya por la quinta o sexta mejilla, y solo tenemos dos. Ellos conspiran en la calle y en los despachos.
La red reacciona desde la red. De manera anónima, descentralizada, sin una organización ni un líder detrás. Anonymous no es un partido, ni una empresa, ni nada que se le parezca. Una protesta genuinamente ciudadana, de los ciudadanos de la red.
Las ciberprotestas son la voz de la red, y desmarcarse ahora de ellas en plan “son unos chicos malos” o “nos ponemos a su altura” es completamente erróneo. Estamos en la expresión más pura de la Declaración de Independencia del Ciberespacio, de John Perry Barlow: estos ataques son imparables, imposibles de evitar, no representan ningún delito, y el hecho de que se pretendan criminalizar no es más que la expresión de un sinsentido legal: ¿cómo vamos a convertir en crimen el que miles de ciudadanos pretendan acceder coordinadamente a una página web? ¿Podría ponerse en práctica una legislación semejante? ¿Detendríamos y llevaríamos a la cárcel a ciudadanos por sentarse en la puerta de un ministerio? La inmensa mayoría de las protestas en la calle van acompañadas de acciones infinitamente más coactivas, delictivas y con más daños colaterales que la de tirar abajo una página web, una acción quirúrgica que dirige el daño directamente al objeto de la protesta.
Esto es lo que hay: ciudadanos que no pueden más y que reaccionan a los abusos uniéndose a una protesta masiva en la red. Si quieres ver el poder de Internet, aquí lo tienes: un Ministerio y dos entidades privadas temporalmente de voz en la red, y veremos si lo siguiente no es silenciar en la red al gobierno de la nación. Personalmente, no apoyo, no impulso, no lidero, no promuevo y no participo en estas protestas en modo alguno. Simplemente me limito a constatar, como estudioso de la tecnología y su interfaz con personas, empresas y sociedad en su conjunto, su naturaleza y su inevitabilidad. Y lo que estamos viviendo no es ni una gamberrada, ni un acto incívico, ni algo de lo que haya que avergonzarse en modo alguno. No es ni cobardía, ni estupidez.
Es, simplemente, la reacción imparable de la red. Y vendrán más.
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